Máscaras y preguntas retóricas

He salido a la calle. Lo he logrado, aunque haya sido acompañada. Lo primero que he visto ha sido un hombre con una máscara azul que tapaba su boca y su nariz. Gracias a él, surge esta historia y es que, aunque me cueste, la inspiración está fuera. Son las 03:56h. de un sábado que, en realidad, supuestamente ya es domingo. Me planteo continuamente si tomar un taxi y salir de este escenario que me atormenta, aunque tenga grandes dificultades incluso para escribir. El hombre de la máscara ahora me hace pensar en las mías. Ponerme una de ellas e… ir o no ir, esa es la cuestión.
En casa, las paredes vuelven a resbalar, están cada vez más cercanas a mí; siento caer en esta incómoda y angustiante agonía; otra vez, el precipicio y el vértigo. Huir de aquí… Salir de mí es la tentación peligrosa. Me dicen que, dada mi inestabilidad, no me conviene lo dionisíaco.
Y esto, ¿acaso esto me conviene? ¿Me conviene enfrentarme a mis miedos y lidiar con ellos? ¿Me conviene enfrentarlos y empezar a afrontarlos? ¿Me conviene verlos, cara a cara, y no escapar? ¿Me conviene sufrir un rato, aunque sea un instante duro, en pos de un mañana mejor? ¿Me conviene ver el monstruo de cerca y tener fuerza para darle la espalda? ¿Me conviene estar con alguien que me ama y dejar que me ame y amarle yo también? ¿Me conviene darnos una oportunidad? ¿Me conviene empezar a ver quién soy y aceptarlo y asumirlo como regalo y no permitir que siga siendo un veneno que me está matando? ¿Me conviene asumir la responsabilidad que siento tener aquí, en planeta tierra, como algo que me pesa tanto que apenas logro sostenerme en pie? ¿Me conviene empezar a cuidarme y a quererme? ¿Me conviene vivir? ¿Me conviene salir de este pozo? ¿Podré salir algún día, o, simplemente, aprenderé a vivir con la lucha que implica ser artista?
Conozco las respuestas. Mis preguntas, ahora, las veo retóricas; pero, cuando aparece el miedo, las respuestas, ahora obvias, se tornan monstruos maquiavélicos que me consumen, empujan, dañan, muerden… y no siempre soy capaz de soportar ese dolor. (Decirte a ti que, contigo a mi lado, todo es más fácil. Agradecer también a los muertos y a algunos vivos que compartieron, de una forma u otra, todo esto y así, acompañan en este estar. ¡Gracias eternas!)
Leí algo de Beckett. Decía al principio de su libro que ya no iba a hacerse más preguntas a sí mismo, aunque creo que, en realidad, (aunque no he leído más que unas páginas y en portugués), gran parte de esas líneas eran una gran cuestión profunda de sí mismo, un profundo que tiene que ver con la esencia de la mente creativa que da al mundo desde su alma, alma que antes debe intentar comprender y también manejar en este manicomio (el interno y el externo).
Quizá, por todo esto, la existencia de las máscaras, las incesantes e infinitas preguntas, las relativas respuestas, las preguntas retóricas… desde el uno, y su soledad loca; o su locura, solitaria…

Comentarios

  1. ...siempre.. ¿No es demasiado? ¿Te parece posible de sostenerlo aquí?
    (Me haces pensar en los límites)
    Gracias, Anónimo!

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  2. A cada uno le llega -hoy o ayer- el momento de respirar el ineluctable destino del vivir trágico.
    Y hay quien, simplemente, hace de ello su modus vivendi.
    Leyéndote me pregunto de que parte estás.

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  3. ...Siempre sigue pareciéndome demasiado (para un lado y/o para el otro).
    No creo que sea tan así... La vida es más bien, para mi, una montaña rusa en que todo está cambiando.. todo el tiempo.
    Yo, ahora, estoy aquí. Ayer, quizá mejor no lo recuerdo. Mañana, no lo sé.

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  4. Primero, creo que te has confundido de interlocutor (yo no soy el Anónimo de más arriba): lo digo porque tu respuesta a mi mensaje resulta incongruente.
    Luego me reitero: 14 preguntas (las que te haces a ti misma en tu escrito de más arriba) son de largo suficientes para asegurarse un desconcierto mental inigualable.
    La cuestión sigue en pie: ¿estás, a causa de las circunstancias actuales, pasando por un oneroso momento, o bien es lícito considerar tu vida como una suma incierta de preguntas definitivamente baladíes?
    Me temo que de retener este tipo de dudas más allá de los treinta -32 he leído que tienes- se infiere que estás intentado romper el cascarón a fuerza de palabrería y conceptos pseudofilosóficos ideales.
    Por cierto que tu parábola de la montaña rusa es, asimismo, un error -si bien común también nefasto y peligroso- que comete el individuo cuando se dirige hacia la conquista de la propia madurez. Si todo es susceptible de cambio, ha de serlo igualmente, en efecto, la idea de que la vida es una montaña rusa.
    La permanencia de las cosas: ¿desde cuando estás en tu montaña rusa particular?

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  5. Primero, mis disculpas por la confusión.
    Luego, obviar el desconcierto mental, que no sé si "inigualable", pero ello carece de importancia.
    Acerca de tu cuestión, te responderé que hay un poco de ambas: momento de cambio con algo de pesado, sí, y suma de preguntas, que no sé si baladíes y que considero soberbio de tu parte considerarlas como tal.
    Leo, a través de tus palabras acerca de mi parábola, que debes ser un ser al que nada afecta. A mi, sin embargo, me afecta el verde mustio de una planta.
    Busco también el equilibrio pero no a fuerza de matar mis instintos ni mi sensibilidad.
    La impermanencia de las cosas... Voy a citar a Heráclito de Efeso, si me lo permites: "No nos lavamos las manos dos veces en el mismo río"

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