"El fin de la vida" Cap. I
Aquella noche de otoño, gélida como el invierno, Ajax* tuvo que matarla. Cuando al fin lo hizo, el arrepentimiento por no haberle confesado que estaba enamorado de ella, lo envenenó.
Soy Ajax, tengo 34 años y mato a mis presas en pos de la humanidad. El mundo se ha convertido en un lugar oscuramente gris, dónde la supervivencia se ha tornado cada vez más difícil, y la muerte, se ha convertido en la vida para muchos.
Me quedé huérfano cuando contaba con catorce años. Mis padres murieron a causa de un marchitamiento negro de su alma; una enfermedad corriente de esta época que empieza por invadir tus entrañas. Mi padre era político, tenía un alto cargo, y mi madre era la dueña y directora de una inmobiliaria. Ambos, en un principio, pretendían hacer un bien para la humanidad, colaborando en el buen funcionamiento del país y proporcionando un hogar; pero, con el pasar de los años, el poder los corrompió hasta que los consumió por completo y en su alma no quedaron restos de valores puros; la sombra los había engullido. Los cuidé hasta el fin de sus días, durante tres largos años… es una muerte lenta y muy dolorosa, de esas que no se desean ni al peor de los enemigos.
Fue entonces cuándo decidí ayudar a las personas a morir dignamente. Sabía que en la ciudad había escuelas que te preparaban para ello, indagué un poco, hice mi equipaje, cogí todo mi dinero, y me marché. Anduve calle abajo observando las sombras en los árboles que quizá nunca más volvería a ver. Los almendros estaban en flor. Caminaba apaciblemente hacia la estación de trenes. Llevaba puesto mi inseparable sombrero negro y el poema de R. Kipling, IF, en el bolsillo de mi chaqueta. Este poema tenía una historia, pero no tengo espacio para ocuparme de ella, al menos, en esta ocasión.
En mi despedida meditativa por el pueblo, observaba en lo que se había convertido el mundo. Muchas de las caras de las personas habían dejado de tener facciones humanas para convertirse en rostros animales. Me crucé con un antiguo compañero de clase, B.; nunca había simpatizado en demasía con él, pero me produjo un escalofrío horrible verle con esos grandes colmillos afilados sobresalir de su boca sedienta. Apenas pude mirarle a la cara cuando nos saludamos. El tipo quería tomar algo y recordar viejos tiempos, pero me excusé. Algo dentro de mí me instaba a que me marchara lo antes posible. Al darnos las manos, comprobé que sus dedos estaban tan engarrotados que me parecieron garras. Me sorprendió ver que B. parecía no percibir su transformación, como si él no pudiera ver sus rasgos. “¿Cómo se sentirá?”, me pregunté mientras nos despedíamos. Proseguí mi camino con la imagen del supuesto genio de los números, el portento B., en mi cabeza. Los recuerdos invadían mi mente. Me fui a la época escolar. Muchos en nuestra clase queríamos cambiar el mundo. Recordaba las reuniones clandestinas, los proyectos que haríamos algún día, las charlas sobre el momento que vivía el mundo, lo cíclico de la historia de la humanidad, la manipulación, la esclavitud… los masones, los políticos; las ocho familias que, en realidad, lo manejaban todo… B. era uno de los asistentes regulares, al igual que yo. Generalmente nos reuníamos en el sótano de la casa de I. Psique viene a mi mente. Ella era la más revolucionaria.
-No pensarás en marcharte, ¿verdad? -me sorprendió una voz unos metros por detrás de mí.
Me giré. Justamente Psique, siempre tan a tiempo. Se acercaba con sus enormes zapatos de payaso rosas, azules y blancos. Ella es mi mejor amiga. Nos conocemos desde los tres años. Conserva todos sus rasgos humanos, aunque la fisionomía de su cara sea, por naturaleza, una conjunción de animales; es felina y reptil, básicamente. Con su alma hace lo que puede dentro de este manicomio. Dicen que su cabeza se fue hace tiempo. Yo creo que lo hizo para preservar su alma intacta. Nunca me lo ha confesado, pero pienso que es su forma de defenderse y jugar con el sistema. Ahora todo el mundo en el pueblo cree que ella está loca. Incluso ella lo dice de sí misma.
-Así es, Psique, me marcho.
-¿Dónde piensas ir?
-A Goel.
-¿Y ahora?
-A la estación de tren.
-Bien, ahí puedo acompañarte. Voy contigo.
Caminamos en silencio unos metros. Pensé por un momento en proponerle que me acompañara. Entonces Psique hizo una mueca extraña que provocó que su nariz de goma roja se saliera de lugar. Se la acomodó con expresión de asco y sacó la lengua.
-¿Qué ocurre? -le pregunté.
-¿No has visto eso? Esa señora. Tenía las pupilas rojas. Te ha mirado.
Me giré, pero la mujer del traje negro y tacón alto ya se alejaba.
Nos miramos profundamente a los ojos. Hablando sin palabras. A Psique se le humedecieron los ojos. “¿Podrá verlo todo el mundo? -me preguntó. No respondí. Le cogí de la mano y seguimos caminando. Ella iba cabizbaja, triste, absorta en sus pensamientos.
-Te voy a echar de menos -dijo de pronto.
-Yo a ti también. ¿Por qué no te vienes conmigo?
-Debes ir tú solo, al menos, por el momento -sentenció apartándose su largo pelo fucsia de sus labios escarlata.
Fue lo último que vi... Psique, con sus inmensos colores y su blanca tez, sobre el andén. Luego, cerré los ojos.
Ajax*: Nombre de origen griego. Su significado es águila.
Soy Ajax, tengo 34 años y mato a mis presas en pos de la humanidad. El mundo se ha convertido en un lugar oscuramente gris, dónde la supervivencia se ha tornado cada vez más difícil, y la muerte, se ha convertido en la vida para muchos.
Me quedé huérfano cuando contaba con catorce años. Mis padres murieron a causa de un marchitamiento negro de su alma; una enfermedad corriente de esta época que empieza por invadir tus entrañas. Mi padre era político, tenía un alto cargo, y mi madre era la dueña y directora de una inmobiliaria. Ambos, en un principio, pretendían hacer un bien para la humanidad, colaborando en el buen funcionamiento del país y proporcionando un hogar; pero, con el pasar de los años, el poder los corrompió hasta que los consumió por completo y en su alma no quedaron restos de valores puros; la sombra los había engullido. Los cuidé hasta el fin de sus días, durante tres largos años… es una muerte lenta y muy dolorosa, de esas que no se desean ni al peor de los enemigos.
Fue entonces cuándo decidí ayudar a las personas a morir dignamente. Sabía que en la ciudad había escuelas que te preparaban para ello, indagué un poco, hice mi equipaje, cogí todo mi dinero, y me marché. Anduve calle abajo observando las sombras en los árboles que quizá nunca más volvería a ver. Los almendros estaban en flor. Caminaba apaciblemente hacia la estación de trenes. Llevaba puesto mi inseparable sombrero negro y el poema de R. Kipling, IF, en el bolsillo de mi chaqueta. Este poema tenía una historia, pero no tengo espacio para ocuparme de ella, al menos, en esta ocasión.
En mi despedida meditativa por el pueblo, observaba en lo que se había convertido el mundo. Muchas de las caras de las personas habían dejado de tener facciones humanas para convertirse en rostros animales. Me crucé con un antiguo compañero de clase, B.; nunca había simpatizado en demasía con él, pero me produjo un escalofrío horrible verle con esos grandes colmillos afilados sobresalir de su boca sedienta. Apenas pude mirarle a la cara cuando nos saludamos. El tipo quería tomar algo y recordar viejos tiempos, pero me excusé. Algo dentro de mí me instaba a que me marchara lo antes posible. Al darnos las manos, comprobé que sus dedos estaban tan engarrotados que me parecieron garras. Me sorprendió ver que B. parecía no percibir su transformación, como si él no pudiera ver sus rasgos. “¿Cómo se sentirá?”, me pregunté mientras nos despedíamos. Proseguí mi camino con la imagen del supuesto genio de los números, el portento B., en mi cabeza. Los recuerdos invadían mi mente. Me fui a la época escolar. Muchos en nuestra clase queríamos cambiar el mundo. Recordaba las reuniones clandestinas, los proyectos que haríamos algún día, las charlas sobre el momento que vivía el mundo, lo cíclico de la historia de la humanidad, la manipulación, la esclavitud… los masones, los políticos; las ocho familias que, en realidad, lo manejaban todo… B. era uno de los asistentes regulares, al igual que yo. Generalmente nos reuníamos en el sótano de la casa de I. Psique viene a mi mente. Ella era la más revolucionaria.
-No pensarás en marcharte, ¿verdad? -me sorprendió una voz unos metros por detrás de mí.
Me giré. Justamente Psique, siempre tan a tiempo. Se acercaba con sus enormes zapatos de payaso rosas, azules y blancos. Ella es mi mejor amiga. Nos conocemos desde los tres años. Conserva todos sus rasgos humanos, aunque la fisionomía de su cara sea, por naturaleza, una conjunción de animales; es felina y reptil, básicamente. Con su alma hace lo que puede dentro de este manicomio. Dicen que su cabeza se fue hace tiempo. Yo creo que lo hizo para preservar su alma intacta. Nunca me lo ha confesado, pero pienso que es su forma de defenderse y jugar con el sistema. Ahora todo el mundo en el pueblo cree que ella está loca. Incluso ella lo dice de sí misma.
-Así es, Psique, me marcho.
-¿Dónde piensas ir?
-A Goel.
-¿Y ahora?
-A la estación de tren.
-Bien, ahí puedo acompañarte. Voy contigo.
Caminamos en silencio unos metros. Pensé por un momento en proponerle que me acompañara. Entonces Psique hizo una mueca extraña que provocó que su nariz de goma roja se saliera de lugar. Se la acomodó con expresión de asco y sacó la lengua.
-¿Qué ocurre? -le pregunté.
-¿No has visto eso? Esa señora. Tenía las pupilas rojas. Te ha mirado.
Me giré, pero la mujer del traje negro y tacón alto ya se alejaba.
Nos miramos profundamente a los ojos. Hablando sin palabras. A Psique se le humedecieron los ojos. “¿Podrá verlo todo el mundo? -me preguntó. No respondí. Le cogí de la mano y seguimos caminando. Ella iba cabizbaja, triste, absorta en sus pensamientos.
-Te voy a echar de menos -dijo de pronto.
-Yo a ti también. ¿Por qué no te vienes conmigo?
-Debes ir tú solo, al menos, por el momento -sentenció apartándose su largo pelo fucsia de sus labios escarlata.
Fue lo último que vi... Psique, con sus inmensos colores y su blanca tez, sobre el andén. Luego, cerré los ojos.
Ajax*: Nombre de origen griego. Su significado es águila.
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