El primer día de clase
Supongo que me sentí perdida, desconcertada; quizás incluso un poco enfadada por la comodidad que me arrebataron de repente. Supongo que el miedo me envolvía, que sentí que me faltaba el aire, como si me ahogara en un mundo desconocido. Supongo que el aturdimiento y la desorientación también formaron parte de mí desde ese instante.
Supongo que las sensaciones que experimenté en ese mágico momento son un eco que nunca volveré a sentir, ni tan sólo podré explicarlas; nadie podrá nunca interpretarlas. Supongo que, aunque me sentía atrapada, estaba siendo liberada. Supongo que el amor estaba presente, aunque la independencia me dolió con la misma fuerza que la felicidad de ser vista por primera vez. Supongo que era necesario ver la luz después de permanecer nueve meses en la más dulce oscuridad.
Supongo que en mi pequeña faz se reflejaba el temor, aunque ellos brillaban con alegría. Supongo que afuera, el mundo vivía un bello y soleado día de primavera, mientras yo sólo veía truenos y relámpagos.
Supongo que hubo sonrisas y lágrimas, miradas y abrazos; que el dolor se entrelazaba con la esperanza, la rabia se mezclaba con el amor.
Seguro que esa fue mi primera visita al exterior, pero dudo que viera algo. Seguro que hablaron largo y tendido sobre mí, pero dudo que escuchara. Ese día seguramente quedó grabado en la memoria colectiva, pero supongo que no cambia demasiado las cosas. Seguro que alguien decidió que yo estuviera ahí, aunque también supongo que hubo dudas.
Supongo que sólo puedo suponer como fue un día supuestamente tan importante como el primer día de clase.
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