La niña y sus zapatitos rojos

La niña, que ya no es tan niña, ha perdido sus zapatitos rojos*. Alguien le pregunta dónde están, pero ella no puede recordar cuándo ni cómo ocurrió. Todo en su vida parece un círculo interminable, un ciclo repetido una y otra vez. ¿Cuándo empezó todo? ¿Dónde buscar las respuestas?

Solo sabe que todo sucedió demasiado deprisa. Hace frío. Un frío que se filtra en los huesos. La niña tiembla, la nieve lo cubre todo y ella corre, no puede hacer otra cosa más que correr. Corre para escapar de sí misma, de él, de su miedo. "La gente está muerta", se repite, "solo veo muertos". Las llamas la persiguen, queman en la oscuridad, mientras los gritos desgarran el silencio. "¡Déjenme salir!" piensa, pero hay tanto ruido, tanto dolor...

Ahí, en algún lugar, la tienen encerrada. Le han robado la paz, la han violado y golpeado. Su piel, violácea y escarlata, parece de papel, fina y frágil. Su vestido blanco, roto como su voluntad. "Tengo frío", grita, "¡déjenme salir!" Vomita.

En otro mundo, ella reza por su pueblo, suplica a los dioses por la cosecha. Va y viene, en un ciclo interminable. Pero sigue corriendo. "Corre", se dice a sí misma, "solo sigue corriendo". El frío se intensifica. "Me duele, déjenme salir".

Ahora está siendo embalsamada, el frío la invade hasta los huesos, mientras alguien, en algún lugar, celebra su victoria. Tiembla, se desvanece.

Cada respiración es un esfuerzo, sus fuerzas la abandonan, pero no puede parar. Sigue corriendo, huyendo del miedo, de ella misma, de él. El pueblo a su alrededor apenas parece real, como si fuera parte de un teatro absurdo. "Pide ayuda", susurra una voz, pero ella no puede detenerse. ¿Está huyendo de la vida? ¿De los demás?

Sus pies, envueltos en el rojo brillante de los zapatitos de charol, se mueven solos, como si tuvieran su propia voluntad. Está empapada de sudor, su cuerpo rígido, sacudido por convulsiones. "No quiero volver al precipicio", se dice. Pero el vértigo regresa. "Déjenme salir". El escalofrío, el miedo, todo se vuelve insoportable.

Cierra los ojos. El estómago se le revuelca, siente que cae, como Alicia en su descenso al país subterráneo. Todo va demasiado rápido. La oscuridad la envuelve. "Paren, paren". Pero nada se detiene.

Las lágrimas negras de rimel corren por su rostro, dibujando riachuelos oscuros que llegan hasta su cuello. Vomita otra vez, sus miedos salen disparados como proyectiles. Ya no puede seguir corriendo.

Ha perdido sus zapatitos rojos. "¿Dónde están tus zapatitos?", le preguntan. Pero el camino es borroso, y ella está agotada. "Tengo frío. Tanto frío. Déjenme salir".

"Paren el mundo, quiero bajarme", susurra.

—Descansa —le dice una voz—. Recuperarás tus zapatitos.


*Para los interesados en el simbolismo, los zapatos rojos tienen varias interpretaciones. En especial, recomiendo el cuento de Clarissa Pinkola Estés, quien los asocia al poder interior.

Comentarios

  1. Frío, vomito y miedo me remite al grande Emile Zola. Gracias por escribir, V.

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