Marla y su niña interior

La vi deambulando sola por la oscuridad de la ciudad, con las lágrimas cosidas a la piel. A sus 22 años, Marla solo conectaba con una cosa: la filosofía. Vivía sola en una pequeña buhardilla alquilada en París, donde decidió empezar de cero y separarse de su familia. Su madre no estaba tan lejos, aunque Marla lo deseara, y su padre las había abandonado cuando ella tenía apenas cuatro años.

La escuché hablar en voz alta consigo misma, como si confesara sus sentimientos al viento:

—Siento otra vez ese regusto metálico en mi boca, como tener sed, aunque el agua no lo calma. Es un sabor a vacío que me retuerce el estómago. ¿Qué me está pasando?

—Es el peso del abandono —resonó una voz en su cabeza.

—Todo es tan gris, me estoy ahogando —respondió Marla, su tono tornándose más infantil—. Vámonos a un lugar donde podamos ser libres.

—¿Crees que no podemos ser libres aquí? —la desafió su voz adulta.

—No lo sé… ¿Por qué cada vez jugamos menos? ¿Por qué todo el mundo parece tan triste?

Se detuvo un instante, y creí que había notado mi presencia, pero luego continuó, más reflexiva:

—Tampoco entiendo este mundo. Me faltan respuestas para tantas preguntas...

—¿Por qué lo piensas todo tanto? ¿Dónde quedó la magia? ¿Por qué quieres enterrar los sueños?

—No quiero enterrarlos —replicó Marla, con un tono serio—. Pero ya casi no sueño. Todo se marchita, como una acuarela expuesta demasiado tiempo al sol.

—Ya tampoco ríes a carcajadas —insistió su voz de niña—, ni disfrutas del momento como antes. Vives buscando razones para todo, incluso para sentirte bien. ¡Eres insoportable!

—¿De verdad crees eso? —preguntó la voz adulta, insegura.

—¿Te importa lo que creo? —respondió la niña interior, dolida—. Me tienes abandonada. Me pregunto si aún crees que formo parte de ti, o si piensas desterrarme al olvido… ¿Recuerdas nuestros juegos, nuestro mundo de fantasía?

Marla guardó silencio y se detuvo de nuevo. Reconoció la calle, los árboles cerca de su casa, y decidió regresar a su buhardilla. Subió las viejas escaleras y, al entrar, escuchó sonar el teléfono, pero no respondió. Su cuerpo temblaba aún, helado.

—Debemos hacer un pacto —murmuró a su niña interior, esta vez en tono conciliador.

—¿Qué clase de pacto?

—Una alianza para que ambas estemos bien.

—Pero a mí no me gusta el mundo así, ni cómo lo vives. Yo quiero una vida diferente, una en la que todo sea un juego, una aventura. Y tú… tú te lo tomas todo demasiado en serio. Ya nunca tienes tiempo; siempre estás ocupada en esas “cosas de adultos”. Me siento desconectada, sola.

Marla se dejó caer en la cama con sus zapatos de charol aún puestos. Las lágrimas ahora corrían sin control. Tomó su diario y escribió: “No sé qué hacer, ni a quién acudir. Estoy triste; necesito ayuda…”. Entonces, una nueva voz emergió desde lo más profundo de su ser, y Marla simplemente la transcribió:

—No estás aquí para llorar más, aunque debes llorar cuanto necesites. Vivir con conciencia da miedo; morir, no tanto. La vida pesa, a veces, con sus luces y sombras, sus contradicciones: el día y la noche, el sol y la tormenta, el viento y sus gritos, el negro y el rosa…

Sabes que puedes irte cuando quieras, pero mejor sería despedirse de este mundo un día en el que estés plena, satisfecha con tu recorrido. Hoy no es ese día.

Te invito a recordar la luna llena, el tacto del silencio, el cielo índigo rebosante de estrellas, el sabor del aire y el olor de la vainilla. F. Nietzsche, la eternidad del instante. El café por la mañana en la calma de tu hogar. La inmensidad del mundo, los viajes, las culturas. Tu imaginación. El baño en el Mar Muerto, desnuda, envuelta en arcilla. El crepúsculo, las sombras en el bosque, los rayos de sol en tu cara, la sonrisa que eso te produce. El agua caliente, el vapor en el aire, la cascada. Las hadas y los elfos. La abeja alimentándose de la flor, los colores de la libélula, el violín, Pachelbel. El conocimiento, la curiosidad, la libertad para crear tu vida a cada momento. El poder auténtico, el ser que eres. La madurez y la integridad a la que te asomas. La belleza de tu alma. La cama caliente, el dormir, el despertar...


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